Una pequeña libreta de hojas amarillentas, un viejo bolígrafo mágico sin tinta que aún escribía, un sol radiante y una fuerte brisa que se convertía poco a poco en un huracán que cabreaba al mar. Mar que se adentraba en la abrupta y porosa roca donde nos encontramos; un mar que de azul se transformaba en una espuma blanca revuelta, se llevaba todo lo que encontraba a su paso.
Mareas que no cesaban y un océano nada en calma. En él pequeñas hormigas humanas sesgaban las olas, con sus grandes cometas y robustas tablas; impresionaba el control que poseían con cada cresta de las altas olas, el viento que les conducía y, todo ello, con una majestuosidad entre salto y salto (digno de admirar).
Pocas personas se avistaban a nuestro alrededor, poco había, sólo el ruido del viento que nos envolvía y una costa que nos atrapaba con cada ola que nos cerraba el paso; pero aunque parecía que el miedo pudiera aparecer por cualquiera de las esquinas, todo lo contrario había: pura tranquilidad, envuelta en la acción de la libertad, de la fuerza de la naturaleza, de un cielo azul-grisáceo, un mar blanco y un ruido que hacía no sentirse sola; inclusive, la marea que nos comía terreno en la roca...
El bolígrafo está fallando, le falta tinta; y las hojas se gastan con cada palabra que escribo; dejaré alguna en blanco para la próxima ocasión, que es la hora de la comida y las enfermeras se enfadan si ven que hago demasiados esfuerzos escribiendo... mañana seguiré redactando una de las tantas historias.